Son las 7:30h y tu despertador suena por tercera vez. “Odio las mañanas”, murmuras mientras te frotas los ojos. Al abrir la nevera, descubres que se acabó la leche: “Nunca hay nada en esta casa”. En el ascensor, alguien comenta “¡Qué calor tan insoportable hace aquí!” y asientes sin pensar. Y cuando llegas a la cafetería de siempre, al ver la cola, sueltas: “¿En serio? ¿Otra vez hay que esperar media hora por un café?”.
Las quejas están por todas partes. Son el hilo invisible que teje muchas de nuestras conversaciones cotidianas. De hecho, un estudio de la Universidad de California estima que el 80% de las conversaciones informales contienen alguna forma de queja.
Pero… ¿qué nos dice todo esto acerca de nosotros/as? ¿Por qué nos quejamos tanto, incluso cuando las cosas no van tan mal? ¿Qué función cumple la queja? ¿Es posible que detrás de ese “no soporto a mi jefe” o “todo me pasa a mí” haya algo mucho más profundo y útil?
Este artículo es una invitación a mirar la queja con otros ojos. No como algo horrible que hay que evitar a toda costa, sino como una puerta de entrada a nuestro mundo interior. Detrás de cada queja hay una necesidad, una herida o una búsqueda de conexión. Y si aprendemos a escucharla, podemos transformarla en algo más adaptativo y más sano.
En este post trataremos los siguientes temas:
1. ¿Qué es la queja?
2. Mecanismos psicológicos que mantienen la queja
3. Qué hay detrás de la queja
4. Estrategias para transformar la queja

¿Qué es la queja?
La queja es una de las formas más habituales de expresar insatisfacción. Sin embargo, no siempre significa que la persona que se queja se sienta realmente insatisfecha. A veces, puede ser una estrategia para lograr un objetivo deseado. Por ejemplo, alguien podría quejarse de no sentirse bien para evitar ir a trabajar, incluso si se siente perfectamente. Es decir, no siempre nos quejamos porque algo esté mal, sino porque necesitamos algo. A veces es desahogo, a veces, una forma de conectar, y otras, un modo de evitar responsabilidades. Por tanto, la queja es un comportamiento funcional, aunque no tiene por qué ser siempre adaptativo.
La queja es uno de los comportamientos molestos más comunes a los que estamos expuestos. Además, la queja se expresa sobre una gran variedad de temas, incluyendo uno/a mismo/a, otras personas o el entorno. Pero ¿por qué nos es tan difícil dejar de quejarnos?
Mecanismos psicológicos que mantienen la queja
El hecho de que la queja forme parte en mayor o menor medida del repertorio conductual de la mayoría de las personas (por no decir todas) y no se haya extinguido a lo largo del tiempo, obedece a la existencia de una serie de mecanismos psicológicos que refuerzan este hábito:
- Catarsis emocional. La queja actúa como una válvula de escape emocional que permite liberar la frustración, la ira o la tensión acumulada. Puede ser útil a corto plazo para desahogarnos, pero expresar quejas de manera constante y sin acciones concretas reforzará el malestar a medio y largo plazo.
- Facilitador de interacciones sociales. La queja puede actuar como un rompehielos o lubricante social, especialmente en situaciones con desconocidos. Quejarse sobre algo trivial, como la temperatura de una sala de espera o en el ascensor, puede iniciar una conversación y ayudar a las personas a sentirse más cómodas.
- Transmisión de una imagen social. A veces, la queja se usa para controlar la impresión que damos a los demás. Por ejemplo, quejarse sobre un mal servicio puede implicar que somos exigentes y con estándares elevados. También puede servir para justificar de antemano un rendimiento deficiente. Por ejemplo, si nos quejamos de no haber dormido bien antes de comenzar un partido de pádel. Paradójicamente, la preocupación por la imagen también puede disminuir las quejas al no querer ser percibido/a como un/una “quejica”.
- Comparación social. La queja también cumple la función de validación. A través de la queja buscamos comprobar si los demás comparten nuestra percepción para aliviar o reforzar nuestra experiencia. Por ejemplo, al quejarnos de lo difícil que ha sido el examen buscamos la misma opinión en los demás para justificar nuestro bajo rendimiento.
- Búsqueda de control. En relaciones cercanas, las quejas se utilizan a menudo para pedir cuentas a otros/as por su comportamiento buscando una explicación o una promesa de cambio. Por ejemplo, cuando expresamos “¡Siempre llegas tarde a casa!”.
- Repetición y agotamiento. Una queja puntual es aceptable, pero la queja constante se vuelve agotadora y puede llevar al distanciamiento. Esto es lo que se conoce como «alérgeno social».
- Contagio emocional. Escuchar quejas repetidas puede afectar el estado de ánimo de los/las oyentes, generando un ambiente de negatividad compartida que perpetúa el ciclo de la queja.
En resumen, nos quejamos porque nos conecta, nos alivia, nos protege o nos justifica… pero si no hay conciencia ni acción, la queja deja de servirnos y comienza a dañarnos.
Qué hay detrás de la queja

Detrás de la queja podemos identificar distintas motivaciones o factores subyacentes. Conocerlos y ser conscientes de ellos es el primer paso para, posteriormente, llevar a cabo un buen manejo de la queja.
- Dolor emocional encubierto. Muchas quejas son formas disfrazadas de expresar malestar, de enmascarar emociones como la frustración, la impotencia o el cansancio. Estas emociones responden a una necesidad no cubierta que precisa de nuestra atención.
- Límite personal traspasado. Cuando una persona se queja de que otros/as llegan tarde o no cumplen con lo prometido puede estar intentado defender sus derechos y sus valores, y marcar sus propios límites.
- Necesidad de conexión. La queja también puede ser una búsqueda de vínculo o apoyo emocional. “Estoy agotada” puede ser una forma indirecta de pedir ayuda y consuelo.
- Comportamiento aprendido. En muchas ocasiones la queja es un patrón aprendido que se refuerza si recibimos atención.
- Ansiedad y miedo. Quienes sufren ansiedad pueden canalizar su preocupación hacia pequeñas quejas cotidianas, evitando así enfrentar miedos más profundos.
- Privación relativa. Nos quejamos más si percibimos que otros tienen más que nosotros/as, incluso si nuestras condiciones son objetivamente buenas. La comparación social eleva las expectativas, y con ellas, la frustración.
En esencia, detrás de la queja hay un mensaje emocional no expresado directamente. Escucharla con compasión puede ayudarnos a ver qué necesidad hay que atender.
Estrategias para transformar la queja
Aunque la queja es inherente al ser humano e inevitable en ciertos momentos, podemos aprender a transformarla en una herramienta de autoconocimiento. La queja no es solo un hábito molesto, sino una pista, una señal que puede ayudarnos a identificar lo que nos duele, lo que necesitamos y lo que aún no hemos sabido expresar de otra forma.
A través de estrategias concretas podemos dejar de ver la queja como un enemigo, y empezar a usarla como una brújula interna para conocernos mejor, comunicarnos con más claridad y tomar decisiones más alineadas con nuestro bienestar.
Estrategias para quien se queja:
- Tomar conciencia. El primer paso es ser conscientes de nuestros hábitos relacionados con la queja. Para ello debemos observar el contenido y frecuencia de nuestras quejas. ¿Sobre qué me quejo más? ¿En qué momentos? Puedes llevar un autorregistro a modo de diario que servirá como punto de partida para hacer una buena gestión de tus quejas.
- Discriminar quejas constructivas. Aprender a diferenciar las quejas que son útiles (por ejemplo, para lograr un cambio) de aquellas que son innecesarias o destructivas es una cuestión fundamental.
- Reformular como necesidad. ¿Qué necesidad hay detrás de la queja? Detrás de cada queja suele haber una necesidad no expresada. Cambiar el foco de la crítica al mensaje emocional permite abrir posibilidades de diálogo y conexión. Por ejemplo, en lugar de decir “Nunca tienes tiempo para mí”, puedes probar con “Me gustaría pasar más tiempo contigo, te echo de menos”. Esta reformulación no solo comunica de forma más clara, sino que también favorece que el otro se abra a escucharte sin ponerse a la defensiva. También puedes probar a cambiar “me quejo de…” por “me doy cuenta de que necesito…”.
- Mejorar el tono. Una queja expresada con amabilidad, que suene a solicitud o preocupación en lugar de a un lamento constante es más fácil de escuchar.
- Pasar de víctima a agente. Quedarnos permanente anclados en la queja es dañino e inmovilizante. Propón soluciones y actívate. Preguntarte “¿qué puedo hacer yo?” en lugar de “¿por qué me pasa esto a mí?” cambia radicalmente el foco.
- Evaluar el impacto. Reconocer cómo nuestra queja afecta a quienes nos rodean puede motivarnos a cambiar el enfoque.
Estrategias para quien escucha una queja:
- Validar brevemente. Un “entiendo que eso te moleste” puede calmar sin alimentar la queja constante.
- Redirigir. Preguntas como “¿Y qué podrías hacer al respecto?” devuelve la responsabilidad al interlocutor.
- Establecer límites. Si alguien se queja sin intención de actuar, es válido y conveniente marcar hasta dónde estamos dispuestos a escuchar.
- Cambiar la percepción. Intentar ver la queja como un dolor emocional expresado “torpemente” ayuda a no tomarla como ataque.
- Reforzar el cambio. Agradecer cuando la persona expresa una necesidad sin queja fortalece nuevas formas de comunicación.
Además de todas las estrategias anteriores, la compasión actúa como un gran antídoto ante la queja. La compasión (hacia uno/a mismo/a y hacia los demás) es una herramienta poderosa para neutralizar el ciclo de la queja. Cuando dejamos de juzgar y empezamos a escuchar la emoción detrás de la queja, creamos espacio para el cambio. Desde esta perspectiva, podemos ver la queja como una señal de sufrimiento que merece ser escuchada, pero no desde la crítica, sino desde el cuidado.
Te enseño unos sencillos tips para cultivar la compasión ante la queja.
Si eres tú quien te quejas:
- Haz una pausa amable. Antes de engancharte al pensamiento negativo, respira y pregúntate: ¿Qué me está doliendo? ¿Qué necesito realmente?
- Valida tu malestar sin culparte.
- Háblate como lo harías con alguien que quieres.
- Revisa tu nivel de autoexigencia. Muchas quejas vienen de pedirnos más de lo que podemos sostener.
- Práctica de gratitud. Entrenar la mente para observar también lo que funciona.
Si se quejan los demás:
- Escucha con curiosidad y pregúntate: ¿Qué necesidad puede estar expresando esta persona, aunque no sepa decirla de otra forma?
- No te lo tomes como algo personal. Muchas veces la queja tiene que ver más con la historia interna del otro/a que contigo.
- Ofrece presencia en lugar de soluciones. A veces, solo necesitamos que alguien nos escuche sin juzgar ni aconsejar.
- Recuerda que el juicio suele esconder una herida. Y la compasión, cuando es auténtica, tiene el poder de suavizar hasta los vínculos más tensos.
La próxima vez que te quejes, no te juzgues. Escúchate. Tal vez ahí haya una pista de lo que necesitas… o incluso de quién eres. Dime de qué te quejas… y te diré quién eres.

Referencias bibliográficas
Kowalski, R. M. (2003). Complaining, teasing, and other annoying behaviors. Yale University Press.
Neff, K. (2013). Sé amable contigo mismo: El arte de la compasión hacia uno mismo. Paidós.