Hasta hace no mucho tiempo los profesionales necesitaban adquirir los conocimientos técnicos propios de su área de actividad para poder ingresar en el mundo laboral y desempeñar su función de forma satisfactoria. Además, estos conocimientos adquiridos en el ámbito educativo o de formación reglada se iban incrementando a lo largo del tiempo gracias a la experiencia profesional, capacitándoles de esta forma para asumir nuevas responsabilidades. Estos conocimientos técnicos y específicos denominados hard skills se consideraban necesarios y suficientes para el comienzo y desarrollo de una carrera profesional más o menos exitosa. Cada trabajo requiere de unas determinadas habilidades técnicas y éstas son fáciles de medir y cuantificar.
Sin embargo, las reglas del juego han cambiado
y las empresas requieren candidatos y trabajadores que, además de poseer los conocimientos técnicos propios del cargo, sean capaces de adaptarse satisfactoriamente al cambio, generar buen ambiente de trabajo, resolver conflictos de manera adecuada, practicar una comunicación efectiva, contar con la capacidad de motivarse y motivar a los demás, saber trabajar en equipo, aportar nuevas soluciones a problemas enquistados, liderar de forma sana y productiva, gestionar eficazmente su tiempo, empatizar con los demás miembros de la organización, compartir valores y apostar por ellos, desarrollar su autoliderazgo emocional y un largo etcétera. A esto es a lo que llamamos soft skills.