Estaba más acostumbrada a ver casos de personas que abandonan ciertas prácticas, incorporan nuevos hábitos o sustituyen unos por otros, todos ellos relacionados con situaciones causa-efecto claramente palpables como dejar de fumar, llevar una alimentación más equilibrada, hacer ejercicio de forma regular, reducir la ingesta de alcohol o azúcar, entre otros.
También me desconcertó encontrarme a lo largo de mi etapa de formación y aprendizaje en mindfulness con grandes maestros que mostraban un claro denominador común, además de sus grandes y valiosos conocimientos y experiencias de vida: todos, absolutamente todos ellos comenzaron a interesarse por la práctica en atención plena a raíz de atravesar alguna circunstancia traumática (diagnóstico de cáncer, pérdida de un hijo, años con depresión profunda, estados frecuentes de ansiedad generalizada, crisis de identidad y ausencia de propósito de vida, etc.).
¿De verdad tenemos que esperar a estar con el agua al cuello para plantearnos tomar acción dirigida a cuidar nuestra salud física, psicológica, emocional, social…?
Claramente la respuesta es NO. Haciendo uso del normalmente sabio refranero español: “más vale prevenir que curar”. Y no se trata solo de prevenir, sino también de mejorar la calidad de nuestro día a día, poco a poco, paso a paso, gota a gota, minuto a minuto, eliminando hábitos que han dejado de ser funcionales, adaptativos y favorables (si es que alguna vez lo fueron) y cambiándolos por otros que ponemos a trabajar a merced de nuestro bienestar (bien entendido) con todas las consecuencias positivas sobre los distintos ámbitos de nuestra vida en términos de salud, felicidad, productividad, motivación, relaciones y un largo etcétera. ¡Y qué mejor momento de comenzar a hacerlo que en vacaciones!
Las vacaciones de verano presentan una fabulosa oportunidad para plantearnos, desde la calma y la tranquilidad, el rumbo que queremos seguir de ahora en adelante, preguntarnos acerca de aquellas conductas repetitivas que quisiéramos eliminar y trabajar en la incorporación de esos nuevos hábitos que desearíamos haber traído de serie.
¿Te gustaría instaurar un nuevo hábito en tu vida por pequeñito que sea? Si tu primera respuesta ha sido “no”, te vuelvo a preguntar: ¿te gustaría instaurar un nuevo hábito en tu vida por pequeñito que sea?
Seguramente si utilizáramos el diálogo socrático, muy adecuado para la indagación y búsqueda de nuevas opciones, ideas y conceptos, y tras solo unos cuantos minutos de conversación, habríamos conseguido completar una lista de no menos de diez conductas que quisiéramos tatuar en nuestro ADN convirtiéndolas en hábitos: subir las escaleras en lugar de coger el ascensor, restringir el uso de redes sociales, beber 2 litros de agua al día, sonreír nada más despertar, meditar diariamente, completar un diario de agradecimientos cada noche, comer más frutas y verduras, ver menos la televisión y leer más, llamar/ver con regularidad a nuestros seres queridos, decir “te quiero”, dedicarnos tiempo a cuidarnos y mimarnos, practicar la empatía, cambiar el whisky por la cerveza, tomar unos minutos al día para reflexionar en soledad, no juzgar, estar más en contacto con la naturaleza, hacer deporte, irse a la cama más temprano… La lista es interminable. ¿Has hecho ya la tuya?